Pinocho, la redención del monstruo

 

(Foto internet)


Por Luis Enrique Flores

 

Pinocho es un cuento clásico de la literatura italiana (1882-1883), escrito por Carlo Collodi (Florencia 1826-1890). En su origen, esta marioneta que cobra vida gracias a la magia, fue un personaje un tanto malvado, desobediente y grosero con su padre Geppetto, e incluso tuvo un final trágico. Así se conoció la historia del niño de madera por un buen tiempo que, seguramente, sirvió como ejemplo de mal comportamiento para los infantes.

Sin embargo, la versión cinematográfica de Walt Disney (1940), dulcificó al personaje, mostrándolo como un niño, sí, desubicado, pero tierno y con un buen corazón, lo mismo que el anciano Geppetto.

A lo largo de los años, se han hecho otras tantas versiones, tanto literarias como cinematográficas, quizás, la más significativa a nuestro gusto, es la que hicieron los estudios Dreamworks, con ese Pinocho que aparece en las películas del ogro Shrek, en donde vemos a una marioneta muy pícara que usa tanga.

A juicio personal, la versión de Guillermo del Toro, codirigida con Mark Gustafson, será una de las que permanezcan en el imaginario colectivo por mucho tiempo, ya que su belleza estética y argumental dan cuenta de ello.

Visualmente, es un deleite observar la animación cuadro por cuadro de -justa y magistralmente pensadas- marionetas que interactúan en un espacio y tiempo, también atinadamente calculados: un pueblito tradicional italiano, de esos que arrancan suspiros por sus angostas y empedradas calles, y los años de la Segunda Guerra Mundial, bajo el fascismo del dirigente Benito Mussolini, quien se convierte en un personaje más de esta historia que tiene una aparición breve, pero hilarante.

Hoy más que nunca, se agradece este tipo de animación que podríamos calificar de artesanal que lleva mucho tiempo, esfuerzo y paciencia para lograr una obra de largometraje (lo mismo que un trabajo de dibujos animados, tipo estudios Ghibli), en oposición a la no menos bella, pero más industrializada y tal vez más fría animación por computadora. Por desgracia, son pocos los estudios de animación que se dedican a la técnica del cuadro por cuadro; de bote pronto vienen a la mente los estudios Laika.

En cuanto a la historia, Guillermo del Toro se toma sus licencias y le imprime la visión del mundo de sus monstruos, pero tratando de respetar la versión original del Pinocho de Collodi.

Así, vemos a una marioneta que cobra vida no por la varita mágica de un hada, sino, por la magia de los espíritus del bosque (al estilo de “La princesa Mononoke”, precisamente de los estudios Ghibli), no sin antes ser cortada y tallada de un pino emblemático para aliviar el sufrimiento de un viejo alcohólico (Geppetto) que al calor de la bebida y al fervor del dolor de la pérdida de un hijo, utiliza sus manos y sus herramientas de carpintero como si fuese el Doctor Frankenstein para crear su nuevo Prometeo.

Cuando Pinocho toma conciencia de sí, su curiosidad por el conocimiento de un mundo nuevo no tiene límites y no puede distinguir entre el bien y el mal; él sólo se deja llevar por el momento sin medir las consecuencias. Por eso, cuando se presenta ante la sociedad, es tachado de abominación, de monstruosidad o brujería. En otra palabras, el niño de madera se convierte en un inadaptado y rechazado social, un sello de muchos de los personajes de Del Toro (“El laberinto del Fauno”,”Hellboy”, “La forma del agua”) que, aunque son raros o fenómenos que dan miedo, tienen un lado luminoso que al final los redimirá y los hará trascendentes.

Para darle una carga semántica de crítica a los horrores de la guerra, Guillermo del Toro ubica la historia en los años de la Segunda Guerra Mundial y lanza sus dardos más venenosos al tema del reclutamiento infantil, mostrando que darle un arma a un pequeño en lugar de un juguete o un libro es de las cosas más absurdas, inhumanas y estúpidas que pueden existir y que nos descalifican como seres pensantes.

De esta manera, los personajes y la historia de este Pinocho se acercan más a la realidad que cualquier otra versión, ya que los hace ver más humanos: imperfectos, pero con la posibilidad de la redención y de corregir el mundo, y no de una manera cursi, simple u obvia, sino que es una redención madura que primero  tuvo que haber descendido a los abismos para después salir y encontrar un mejor sendero, pero sobre todo, con una conciencia para aceptar las cosas como vienen, pues uno de los precios que Pinocho debe pagar por ser una marioneta viviente es la eternidad, y ahí, encontramos el símil con otro de los monstruos de la literatura y el cine universal: el vampiro.

La música de Alexandre Desplat le imprime la emotividad de los momentos más oscuros y la alegría del carnaval en aquellos donde el humor se cuela por los recovecos de una historia que en sí tiene pocos ratos felices.

Si bien, Pinocho no es un monstruo más de Guillermo del Toro, tiene la esencia de casi todos ellos y en este sentido, podríamos decir que toma su distancia del Pinocho que conocemos para darle paso a algo diferente.  Al final, si Guillermo del Toro distorsiona la historia y el personaje, se redime con el resultado obtenido, un filme que no hay que perderse.

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